11 de febrero de 2012

'El Bulli: cooking in progress': ¿cómo se puede innovar así?


Ferran Adrià y su equipo han hecho del aforismo “creatividad es no copiar”, de Jacques Maximin, el lema de su quehacer diario. La película documental “El Bulli: Cooking in progress” es una estrecha mirada a esa búsqueda desde la experimentación inicial hasta el estreno del plato final.

Uno suele ser iconoclasta por naturaleza por lo que siempre tiende a humanizar a esos prodigios mediáticos de esta sociedad huérfana de referentes a los que seguir. Ferran Adrià, chef mundialmente conocido y alabado, es uno de esos personajes que me despertaban escepticismo. Él y toda la parafernalia que parece moverse a su alrededor han provocado un cisma en la manera de entender, comunicar y disfrutar la cocina. Este documental es un pequeño apunte del universo que encarnó El Bulli.

Sin embargo, es tal la dedicación que el catalán y su equipo gastan entre fogones, que la perplejidad se adueña de la butaca y la pregunta comienza a rondar nuestras cabezas: ¿cómo es posible innovar de esa manera? El Bulli no era un restaurante cualquiera, de eso no cabe duda, pero el tiempo que Adrià dedicaba a la reflexión, a la renovación de propuestas de su mesa y a la búsqueda de nuevos horizontes, hacen de él y sus secuaces unos pequeños genios de la restauración.

En esos seis largos meses en barbecho, en el que cualquiera permanecería aletargado por la fama y el prestigio, Adrià prepara la siguiente mitad del año. Muchísimas horas de trabajo para que el producto final sea una pequeña delicatessen que deja ensimismados a los comensales. Nadie llega a comprender la mente de Adrià, ni siquiera aquellos que trabajan con él, codo con codo. Sus caras timoratas, esperando la aprobación del gurú gastronómico, ejemplifican el merecidísimo respeto que el mundo le profesa. Gereon Wtzel, responsable de la cinta, parece que también cayó en el embaucador mundo de Ferran. Y, al final, yo también.

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